Rompetechos no tenía problemas de visión, enviaba spam por LinkedIn

No  personalizar en LinkedIn resulta sangrante porque la propia red brinda las herramientas necesarias para poder abordar las acciones comerciales con precisión quirúrgica

Rompetechos no tenía problemas de visión; enviaba spam por LinkedIn.

Con unos pocos días de diferencia, dos de mis contactos profesionales comentaron recientemente en LinkedIn, entre la sorpresa y el cachondeo (en su modalidad ‘reírse por no llorar’), algo que les había sucedido en esta red social: alguien les había escrito un mensaje directo haciéndoles una oferta en la que era altamente improbable que estuvieran ni remotamente interesados.

En el caso Javier, un consultor de comunicación ubicado en Madrid, la proposición era desconcertante: un mensaje en inglés le apremiaba a reservar su plaza (quedaban muy pocas) para una reunión de mujeres menores de 35 años en el Reino Unido. En el de Miguel, un empresario de recursos humanos especializado en servicios de inplacement, tenía tintes de tomadura de pelo: una empresa le preguntaba si estaría interesado en contratar sus servicios… ¡de inplacement!

La mayoría de las teorías comerciales recomiendan apostar por una cuidada segmentación y huir del café para todos

Me aprestaba a recopilar más episodios similares, cuando yo mismo recibí una de esas fascinantes comunicaciones por esa misma vía. La responsable de personal de una agencia inmobiliaria me informaba de que estaba buscando un asesor inmobiliario con “talento y compromiso” para unirse a su equipo y me preguntaba si podría apetecerme la idea. Me gusta pensar que algo de talento debo tener, y que no me falta compromiso a la hora de afrontar mis proyectos laborales. Pero, como resulta muy fácil inferir con solo echar un rápido vistazo a mi perfil de LinkedIn, no sé absolutamente nada del mercado inmobiliario ni hay razón para pensar que esté contemplando la posibilidad de iniciarme en sus secretos a estas alturas de mi vida.

No es lugar para spam

Hasta ahora, esa galopante ausencia de puntería en la elección del target comercial la habíamos visto únicamente en canales de comunicación masivos, en los que resulta complejo discriminar, o en las al parecer inevitables –¿qué paso con aquello de la ley anti spam?– llamadas de empresas de telefonía y compañías eléctricas tentándonos con el enésimo descuento en nuestra factura mensual. Pero en una red social profesional como LinkedIn no era tan habituales. De hecho, la red eliminó hace unos años la posibilidad de enviar mensajes grupales para evitar precisamente que ametralláramos a nuestros contactos con reclamos comerciales “no solicitados”.

Dejando en cuarentena lo de “no solicitados” (si nos vamos a poner en ese plan, habría que cubrir con gruesos cortinajes los escaparates de las tiendas físicas y cerrar el 95% de las paginas web), dado que, en principio, LinkedIn es una red que solo te permite dirigirte de manera directa a los miembros de tu red, y que en el perfil de éstos figura toda clase de información relevante acerca de su puesto, empresa, formación e intereses profesionales, solo caben dos posibles explicaciones a esta proliferación de mensajes erráticos:

  1. Por alguna razón, la persona que los envía no puede ver el perfil de sus destinatarios y esa ceguera le impide ser más preciso en la elección de su público objetivo.
  2. El autor de las misivas no tiene ningún impedimento para acceder a la información completa del contacto al que le está lanzando el anzuelo, pero no considera que merezca la pena perder cinco minutos de su tiempo en hacerlo antes de hacer clic sobre el botón de “enviar”.

Todavía no he encontrado el libro empresarial en el que se reivindique el blind date como buena estrategia de venta. Al contrario, todas las teorías recomiendan apostar por una cuidada segmentación y huir del café para todos. En el caso de LinkedIn, no hacerlo es aun más sangrante porque la propia red brinda las herramientas necesarias para poder abordar las acciones comerciales con precisión casi quirúrgica.

Lecciones de LinkedIn

Dicho esto, que tire la primera giga de información irrelevante quien no haya bombardeado indiscriminadamente alguna vez a su red de contactos con el tocho completo de sus productos y servicios. ¿Por qué? El brochazo grueso es fácil de aplicar, es rápido, es gratis y, afrontémoslo, la naturaleza humana es perezosa.

Pero, sí, estamos de acuerdo: comportarse en LinkedIn cual paje arrojando caramelos a los niños desde la carroza de los Reyes Magos es una idea terrible. Te hace quedar mal, dañas a tu marca, molestas al personal y te arriesgas a sufrir una justificada reprimenda por parte de los expertos en netiquetas linkedinianas. Así que nada más lejos de mi intención que justificar esas prácticas.

Que tire la primera giga de información irrelevante quien no haya bombardeado indiscriminadamente alguna vez a su red de contactos con el tocho completo de sus productos y servicios

Hablando de netiquetas, la doctrina más canónica desaconseja utilizar este canal como gran bazar en el que vocear la propia mercancía, o al menos, hacerlo de una forma muy evidente. Los puristas hablan de preocuparse antes por el ´dar´ que por el ´recibir´. Te dirán que se trata de ´aportar´, de interesarse por la otra persona, de preguntarle:  “¿cómo te puedo ayudar?”. Nada de quedarse a dormir tras la primera cita. Entonces, “¿cómo puedo venderle a mi red?”, le pregunté en una ocasión a un docto en la materia. “Es que no hay que ‘venderle’ a tu red”, me respondió, enigmático. “Porque si lo haces bien, la venta llegará por si sola”.

Mientras aguardo a que se produzca esa cuadratura de astros y sigo cultivando el arte de la sutileza pedigüeña, todavía no se me ha ocurrido una respuesta apropiada para la cazatalentos interesada en ganarme para la causa inmobiliaria. Quizá un “gracias por tu interés” y unos emoticonos lo bastante ambiguos permitan superar ese momento de incomodidad posteada.

Lo que seguro no haré será regañarla por su falta de tacto o desconocimiento de los códigos elementales de LinkedIn. Porque, ¿quién nos dice que esos códigos no puedan der revisados o, al menos, cuestionados? Ya se lo dijo el Sr. Miyagi a su aplicado discípulo Daniel LaRusso en una conversación sobre la esencia del verdadero karate: ”Daniel-san, igual que bonsái elige su forma de crecer porque la raíz fuerte, tú eliges forma de hacer karate. Y un día, tu haces tu manera”.