Por qué no debes actuar en una entrevista de trabajo
Si te contratan por ser alguien que no eres, ¿cómo vas a mantener el ritmo cuando desempeñes el puesto?
Me llamo Vidal Somohano, y quiero contarte algo que puede salvarte de tropezar en tu próxima entrevista de trabajo.
Todos queremos brillar, impresionar, conquistar al entrevistador con una versión de nosotros mismos que roce la perfección, pero, ¡ay!, qué fácil es caer en la trampa de actuar como si fuéramos actores de teatro en vez de personas reales. Y no, no está bien planteado así, no porque sea inmoral, sino porque termina siendo un desastre: te enredas, te traicionas y, al final, no te contratan.
Pensemos en los errores más comunes. Te sientas tieso como estatua, con la espalda tan recta que parece que te han clavado un palo, saludas con un apretón de manos que parece ensayado frente al espejo mil veces –¡qué artificialidad!–, y contestas con frases tan pulidas que suenan a discurso de político en campaña. ¿Por qué está mal? Porque no eres tú. El psicólogo Daniel Goleman, famoso por su trabajo en inteligencia emocional, lo deja claro: “La autenticidad genera confianza, y la confianza es la base de toda relación” (*Inteligencia Emocional*, 1995). Si te pasas la entrevista fingiendo ser un profesional impecable, el entrevistador desconfiará y con razón: ¿quién eres realmente detrás de esa máscara?
Si te pasas la entrevista fingiendo ser un profesional impecable, el entrevistador desconfiará y con razón: ¿quién eres realmente detrás de esa máscara?
“Claro, no se trata de ir desaliñado o de soltar un “¡qué pasa, colega!” al entrar –hay que mantener las formas–, pero hay un abismo entre ser educado y convertirte en un robot.
Recuerdo un caso real: mi amigo Pablo se preparó tanto para una entrevista en una multinacional que llegó con un guion mental. Se sentó como si estuviera en una audiencia con el rey, habló con un tono grave que no era el suyo y respondió a todo con un “por supuesto, estoy totalmente capacitado”. ¿Resultado? Lo descartaron. El reclutador le dijo después: “Parecías un actor, no un candidato”. “Buscábamos a alguien real, no un personaje de telenovela”, añadió. Fingir en el momento para ser contratado tiene un efecto negativo evidente: te delata, te agota y, lo peor, te aleja del puesto.
¿Y qué pasa con la postura al sentarse, el saludo, la forma de hablar? Sí, hay que sentarse derecho, pero no como si te hubieran almidonado la camisa; hay que saludar con firmeza, pero sin apretar como si quisieras romperle la mano al otro; y hay que hablar claro, pero no recitar como si estuvieras en un casting para doblar películas.
“La psicóloga Amy Cuddy, conocida por sus estudios sobre lenguaje corporal, advierte: “No se trata de proyectar poder, sino de proyectar presencia” (*Presencia*, 2015). Si te pasas de rosca interpretando al “profesional ideal”, pierdes esa presencia, esa chispa que te hace humano
La espontaneidad vende
Imagina una entrevista en un bar –sí, en un bar–, con el ruido de las tazas y un café humeante entre tú y el entrevistador. No es tan raro: en 2019, una startup de diseño en Barcelona contrató a Laura, una ilustradora, tras charlar con ella en una cafetería. No hubo traje ni escritorio, solo una conversación natural sobre sus proyectos, sus ideas, sus fallos. “Me encantó su espontaneidad, fue como hablar con una amiga talentosa”, dijo la entrevistadora. Laura no actuó, no recitó, y ganó el puesto. Claro, mantuvo las formas nada de apoyar los codos en la mesa como si estuviera en casa–, pero fue ella misma. Esto demuestra que la informalidad, bien llevada, puede ser un éxito, mientras que la exageración de interpretar un personaje te hunde.
Pero no todo son cuentos con final feliz. Tomemos a Marta, que en 2022 fue a una entrevista para una agencia de marketing. Se había aprendido un speech sobre su “liderazgo innato” y lo soltó con una pose tan estudiada que parecía una modelo de catálogo. El entrevistador, un tipo curtido, comentó después: “Quería a alguien que trabajara con nosotros, no que nos diera un monólogo”. La descartaron por falta de naturalidad. O pensemos en Jorge, que en 2023 intentó impresionar a una empresa tecnológica con respuestas grandilocuentes y un tono impostado. “Parecía que estaba vendiendo algo en vez de presentándose”, dijo el reclutador. Fracaso total.
Si te pasas de rosca interpretando al “profesional ideal”, pierdes esa presencia, esa chispa que te hace humano
Ahora, miremos el otro lado de la moneda. Está el caso de Ana, que en 2021 consiguió un puesto en una editorial tras una entrevista en un parque –sí, al aire libre–. Habló de sus tropiezos como correctora, se rio de un error garrafal que corrigió a tiempo y mostró su pasión sin filtros. “Su honestidad me convenció más que cualquier currículum”, confesó el entrevistador. O Juan, que en 2020 entró a una consultoría tras un encuentro en una terraza: llegó puntual, saludó con un simple “¡hola, qué gusto conocerte!” y explicó cómo resolvió un problema real sin adornos. “Sentí que podía confiar en él desde el minuto uno”, dijo la reclutadora.
Porque, seamos sinceros, ¿cuánto dura la farsa? Si te contratan por ser alguien que no eres, ¿cómo vas a mantener el ritmo en el trabajo? Es como disfrazarte de chef para un restaurante Michelin sin saber cocinar: tarde o temprano, el soufflé se desinfla. Y no es solo una cuestión de ética, sino de lógica: las empresas quieren personas, no marionetas. El psicólogo Carl Rogers, pionero del enfoque humanista, lo decía sin rodeos: “Ser uno mismo es el mayor regalo que puedes ofrecer al mundo” (*On Becoming a Person*, 1961). Si te pasas la entrevista actuando, no solo te traicionas, sino que le robas al entrevistador la chance de conocerte.
Así que, ¿cómo prepararte sin caer en el error de actuar? Practica, sí, pero no ensayes como si fueras a Broadway. Piensa en tus fortalezas, en tus historias reales –como aquella vez que resolviste un problema en equipo–, y déjalas fluir. Si te preguntan cómo afrontas un reto, no digas “tengo una capacidad sobresaliente para la resolución de conflictos” con voz de locutor; cuenta lo que hiciste, con tus palabras, con tu tono. Y si te equivocas o te trabas, ¡no pasa nada! La naturalidad no es perfección, es verdad.
Al final, el mejor consejo es simple: no actúes, vive la entrevista. Porque, ironía del destino, el único papel que te llevará al éxito es el de ser tú mismo.