Los Fernández serán muy amables, pero los demás no tanto

La generosidad o la bondad no son cualidades que abunden en los entornos empresariales

Los Fernández serán muy amables… pero los demás, no tanto.

Siempre me ha llamado poderosamente la atención una cuña publicitaria de radio con la que desde hace años se anuncia un veterano negocio de alfombras y tapices de Madrid. Y es que en lugar de describir las técnicas artesanales que utilizan para confeccionar sus productos, la excelente calidad de los materiales empleados, su experiencia en el cuidado y restauración de alfombras o los precios competitivos de sus servicios, el ‘claim’ de Los Fernández, que así se llama la empresa en cuestión, y aquello que destacan como elemento diferencial de su identidad y –se diría– propósito es que “son muy amables”.

La amabilidad intrínseca de Los Fernández me saltó inmediatamente a la mente tras leer un post de la usuaria de LinkedIn Alba Guzmán en el que lamentaba la ausencia de esta cualidad en los entornos empresariales. “¿Por qué las empresas no incluyen la amabilidad entre las capacidades más valoradas?” “¿Por qué las marcas” –con la ya mencionada excepción de Los Fernández, claro está– “no presumen de ser amables?”, se preguntaba acertadamente Alba. A lo que ella misma se respondía: “Pues porque a menudo se confunde la amabilidad con debilidad o complacencia, cuando en realidad es una muestra de fortaleza y madurez emocional, y de liderazgo respetuoso y comprometido”.

¿Por qué las empresas no incluyen la amabilidad entre las capacidades más valoradas? ¿Por qué las marcas no presumen de ser amables?. Alba Gurmán

No podría estar más de acuerdo contigo, Alba. La amabilidad –junto con el resto del pack conformado por empatía, respeto, educación y sentido del humor– es la argamasa que hace que las relaciones humanas, ya sean profesionales o personales, funcionen y valgan la pena. Usando tus palabras: “esta habilidad tiene un impacto significativo y tangible: mejora la comunicación, fomenta la colaboración, fortalece la cohesión de los equipos y, en última instancia, impulsa la productividad”.

El superpoder de la gente sonriente

Hablar bien de la “amabilidad” en los recién inaugurados tiempos anti ‘woke’ de Trump parece, como mínimo, arriesgado. Y tampoco es que las dinámicas políticas o periodísticas a las que estamos habituados (donde esté un buen ‘zasca’ o una descalificación personal que se quiten cualquier elogio o agradecimiento ‘moñas’) ayuden.

Quienes hayan probado los efectos de un “buenos días”, un “buen trabajo” o un “gracias” acompañados de una sonrisa saben de lo es capaz una pequeña dosis de buen rollo corporativo

Pero en el mundo real, en el de las oficinas, las tiendas o las fabricas, quienes hayan probado los efectos de un “buenos días”, un “buen trabajo” o un “gracias” acompañados de una sonrisa saben de lo es capaz una pequeña dosis de buen rollo corporativo. Esas palabras mágicas, además de sentar muy bien a quien las pronuncia y a quien las escucha, hacen que pasen cosas. El deseado buen clima laboral que con tanto ahínco persiguen las empresas como catalizador de la productividad se empieza a construir desde la amabilidad.

Evidencias científicas

Distintos estudios han indagado en el poder de la amabilidad. Entre las ventajas que su práctica regular reporta a la salud de las personas, destaca la reducción del estrés o la ansiedad, con la ventaja adicional de que esos mismos efectos se transmiten también a las personas receptoras esos gestos amables e incluso, apunta Simon Sinek, a las que simplemente los presencian y se ven, de algún modo, inspiradas por ellos.

En una popular charla que acumula 150.000 visualizaciones en YouTube, Sinek señala que los actos de amabilidad (o, más bien, de su equivalente en inglés, kindness, que incorpora una acepción adicional de “bondad” que en español no se da de una manera tan nítida) tienen un poderoso efecto liberador de oxitocina, la conocida como hormona de la felicidad.

El divulgador británico también recuerda que hacer que la gente a tu alrededor se sienta bien es, en realidad, muy fácil. Y así es. No es necesario poseer una una inteligencia emocional sobrenatural. ¡Por Dios! ¡Si hasta el ChatGPT es almibarado hasta la nausea en sus interacciones con los usuarios!

Lobos con piel de cordero

La amabilidad acredita numerosas ventajas como herramienta de gestión empresarial. Incluso existe una acreditación que certifica a organizaciones y departamentos como “lugares de trabajo amables”. Sus artífices, Random Acts of Kindness Foundation, ofrecen una guía de siete pasos para ayudar a convertir la bondad en norma de comportamiento organizativo.

A pesar de estos beneficios, hay gente a la que, simplemente, no le sale. No está en su programación. En el campo del liderazgo, especialmente, a algunos les cuesta horrores mostrar un mínimo de cortesía y en seguida les sale esa vena autoritaria que décadas de látigo empresarial han dejado impresa en su ADN.

Entre otras cosas, porque, aunque el discurso oficial defenderá a capa y espada que en la empresa se cazan más moscas con miel que con vinagre, hay infinidad de ejemplos que lo desmienten. Líderes cuyo éxito queda fuera de toda duda, desde Elon Musk a Mark Zuckerberg, pasando por el mismísimo Steve Jobs, no destacan precisamente por la delicadeza de trato con sus colaboradores. ¿Por qué estos ‘tiranos’ de pésimas formas pero excelentes resultados no han sido abandonados por su gente de confianza, harta de sus gritos y desplantes? La explicación nos la trae la neurociencia. Y es que, como dice mi admirado Carlos Herreros, el cerebro humano antepone la seguridad a la felicidad.

Mucho cuidado con los sujetos corporativos de trato meloso y despliegue de carillas dentales, porque podrían esconder puñales en los bolsillos ADN

A los que no llegan a los niveles esos ases empresariales, siempre les queda la opción de fingir suavidad. Sí, las buenas maneras se pueden impostar. Mucho cuidado con los sujetos corporativos de trato meloso y despliegue de carillas dentales, porque podrían esconder puñales en los bolsillos. Un peligro letal y más habitual de lo que se cree en los entornos de trabajo.

Afortunadamente, también hay forma de detectar el embuste. Pequeños gestos pueden delatar a quién es agradable solo de cara a la galería y sigue una agenda oculta. ¿Mira a la cara de las personas mientras estrecha su mano? ¿Se dirige a ellas por su nombre? Y la prueba de fuego: ¿es amable con todo el mundo o solo con las personas poderosas o de las que quiere obtener algo?

Yo, por mi parte, si algún día me veo en la necesidad de comprar una alfombra, por supuesto que miraré precio, materiales, experiencia… Pero en igualdad de condiciones tengo claro que el teléfono de Los Fernandez estará el primero de la lista.