El sueño (en la oficina) de Elon Musk: que todos sus empleados sean Bob Esponja

No parece razonable que un empresario o un alto directivo espere un compromiso sin fisuras similar al suyo por parte de sus trabajadores

El sueño (en la oficina) de Elon Musk: que todos sus empleados sean Bob Esponja.

Hace unos días un usuario de LinkedIn recuperaba una imagen de esas que no dejan indiferente a casi nadie. En ella se veía a una directiva de Twitter tendida sobre una moqueta, embutida en un saco de dormir, con un antifaz tapándole los ojos y rodeada de sillas y mesas de oficina. La fotografía la había posteado la propia ejecutiva, Esther Crawford, acompañada del  mensaje: «When your team is pushing round the Clock to make deadlines sometimes you #SleepWhereYouWork» («cuando tu equipo se esfuerza al máximo para cumplir los plazos, a veces debes dormir donde trabajas»)

Corría el año 2022, Elon Musk acababa de hacerse con la red social del pajarito (hoy X) y, tras entrar triunfante en su sede, lavabo a cuestas, se aprestaba a despedir al 75% de la plantilla, ardua tarea para la cual se mudó a la oficina equipado con un pijama y un cepillo de dientes, como ya había hecho unos años antes en Tesla, en un claro mensaje dirigido a sus nuevos empleados.

Musk se mudó a las oficinas de Twitter equipado con un pijama y un cepillo de dientes, como ya había hecho unos años antes en Tesla, en un claro mensaje dirigido a sus nuevos empleados

Hábilmente, el usuario de LinkedIn que rescató el tuit de Crawford lanzaba la caña a su red de contactos (quien escribe, incluido) y abría debate sobre la actitud del magnate. ¿Era el compromiso más allá de lo razonable y estipulable en cualquier contrato de trabajo que demostraba Musk –y que, a juzgar por el tuit de su subordinada, parecía esperar también de sus empleados– un ejemplo a seguir o motivo para pedir el finiquito? ¿Inspiración o abuso? ¿Amable invitación o pura extorsión? ¿’Milla extra’ solicitada de buen talante a los trabajadores en un momento puntual de necesidad o  ejercicio de manual de abuso de poder?

Muchos de los allí congregados entramos al trapo y, aunque hubo opiniones para todos los gustos, la mayoría se decantó por declinar amablemente el saco. Sin duda en ello influyó el hecho de que la cultura española no es tan de rendir culto al trabajo como la norteamericana, y que en ella predomina la idea de que el único compromiso sensato que cabe exigirle a un profesional es consigo mismo. Y si no, allá va una cifra: un estudio de 2023 realizado por Gallup sobre El Estado de Trabajo revelaba que únicamente el 10% de los españoles se sienten comprometidos en su trabajo.

El sueño (en la oficina) de Elon Musk: que todos sus empleados sean Bob Esponja.

Los límites del compromiso

La frontera del compromiso es siempre difusa. A los empresarios posiblemente les parezca que sus empleados no dan todo lo que podrían o deberían dar. Por el contrario, éstos, con casi total seguridad, pensarán que hacen de más y que cualquier petición fuera de programa (y de salario) de sus jefes está totalmente fuera de lugar.

En cierta forma ambos están cargados de razones y harán bien en recordar que esperar gratitud de la contraparte por cualquier sobre esfuerzo en esta materia es una soberana ingenuidad. Ni los jefes recordarán los desvelos y las horas extra no remuneradas pero sí realizadas cuando toque despedir; ni los empleados se acordarán de los días libres, los bonus no estipulados o la formación recibida cuando decidan aceptar una oferta de la competencia.

Esperar gratitud de la contraparte por cualquier sobre esfuerzo en esta materia es una soberana ingenuidad

En cualquier caso, no parece razonable que un empresario o un alto directivo espere un compromiso sin fisuras similar al suyo por parte de sus trabajadores. Porque ni es su proyecto, ni se juegan lo mismo, ni cobran lo que cobran ellos.

Tal vez a Elon Musk se le ocurrió la idea de convertir Twitter en un bed & breakfast como estrategia gamificada para ayudar a realizar la criba del 25% de los empleados de la compañía que conservarían su puesto (por cierto, pese a su ejemplar materialización de los deseos de su jefe, Esther Crowford acabó saliendo), en una mecánica que podrían perfectamente emular los guionistas de El Juego del calamar o el mismísimo MrBeast para uno de sus concursos de supervivencia.

Ingenua o cínicamente, más de un empresario, y no tan poderoso como Elon Musk, siguen pensando que su ejemplo debería bastar para liderar mesiánicamente a sus empleados hacia la excelencia y la auto realización a través del sacrificio. O que es su buena disposición a arremangarse y mancharse de barro, y no la amenaza y el temor al despido, es lo que lleva a un trabajador a dormir en la fábrica o en la oficina.

Pero se precisa mucho más que un jefe entusiasta para lograr ese milagro del compromiso. Hace falta ejemplo, sí, pero también salario adecuado, condiciones laborales, proyección, respeto, buen ambiente, coherencia, ética, propósito… Y hacen falta empleados que amen su trabajo y tengan sentido de la responsabilidad, incluso con pésimos jefes. Demasiados requisitos para esperar un repunte de grandes pedidos corporativos de sacos de dormir.

Tal vez el sueño del amigo íntimo de Donald Trump y de muchos de sus seguidores sea que todos sus empleados fueran como Bob Esponja: currantes infatigables, empresarios sin empresa y personificaciones del prurito profesional que sostienen el negocio contra viento y marea. A veces, a pesar de sus legítimos propietarios.